¿Aprender jugando? ¿Cómo si no?

Texto de nuestra querida María Blanco Brotons El primer recuerdo que tengo de aprender inglés es ver a mi hermano mayor pateando su libro de teach English al que no podía ver la portada, porque en ella había pegado un dibujo de uno de los trolls de David el Gnomo, uno al que le colgaba un moco, y era tan tonto como malo. Mi hermano, entonces, odiaba las clases de inglés y yo, supongo, que como buena hermana pequeña, compartía su odio y asumía aquellas clases como una tortura. Recuerdo también horas de visionado de unos capítulos que se llaman Follow Me, que en clave inglesa a medio camino entre los setenta y los ochenta mostraban el devenir de unos personajes muy British en un mundo muy gris y de cartón piedra que me hacían sentir muy triste. Pero luego, estaba Don Luis, un profesor joven amante de Londres que nos hablaba con pasión sobre lo que era poder visitar la capital inglesa y poder comunicarse con sus lugareños y sentirse poderoso y capaz de comerse el mundo. Y también estaba aquel libro de Caperucita Roja con unas ilustraciones grandes y fascinantes que me encontré en casa de mis primos, bilingües de nacimiento gracias a su adorable madre, mi tía Gayle, que sorprendentemente nunca nos habló en inglés a nosotros. Aquel libro, escrito en inglés, supo atraer mi atención tanto, que treinta años después, todavía recuerdo su portada verde y a su peculiar Little Red Riding Hood despistada con aquel temible y acechante lobo feroz. Entre pequeños fogonazos de ilusión y empatía, recuerdo mis clases de inglés como un auténtico peñazo. Para mí, de niña, estudiar inglés era un rollo. ¿Cuándo comenzó a parecerme importante? Cuando me empezó a interesar la música y quería saber qué decían esas canciones que tanto me emocionaban, cuando el doliente grunge me gritaba mensajes, -o incluso antes, cuando quería cantar como Madonna y me aprendí de memoria el Like a Virgin o las canciones de Roxette. Mi pronunciación comenzó a ser esmerada cuando me empeñaba en cantar, nunca en clase. Después, en los largos veranos de la playa conocíamos a auténticas bellezas blancuzcas y desgreñadas, que en mi cerebro estaban sacados de Sensación de Vivir -habría que verlos ahora pasado el tiempo- y tenía que recurrir a mi primita bilingüe para que les mandara mensajes de mi parte. Ahí también descubrí que era importante aprender inglés. Y llegaron los viajes, las emancipaciones, los sueños de trabajo en el extranjero, las películas en versión original y todo aquello que, ya adulta, te motiva a aprender. Más o menos me defiendo, porque en el fondo, acabé encontrando mi motivación para aprender, sin embargo, si esa motivación hubiera estado desde el principio, no me “más o menos” defendería, sino que me sentiría segura con mi segunda lengua, y tan poderosa como aquel Don Luis paseando por su Londres en los setenta. ¿Y por qué os cuento todo esto? Porque creo que hoy en día, que somos más conscientes de la importancia de un segundo idioma en los niños, no hace falta esperar a encontrar motivaciones adolescentes. Si les enseñamos inglés con 3 años, hagámoslo con lo que les gusta, ¿y qué les gusta? ¡tantas cosas! Sobre todo jugar, pero también dibujar, hacer manualidades, cantar, bailar, escuchar historias y que les escuchen a ellos… lo que no les gusta, como no nos gustaba entonces, es que les sienten a memorizar una larga lista de verbos irregulares. Y así es cómo lo vemos en La Casita de Inglés, de ninguna otra manera posible. ¿Cómo se va aprender una idioma si no es a través de aquello que nos interesa? ¿cómo esperamos comunicarnos si no nos dejan espacio para la comunicación? ¿cómo enseñar a amar un idioma a niños de entre 3 y 12 años si no es transmitiéndoles que aprender inglés además de divertido te hace fuerte y poderoso? Un saludo desde aquí a aquellos profesores que, como Don Luis, plantaron la semilla del amor por los idiomas, enseñándonos que aprender una lengua es mucho más que tener una serie de conocimientos memorizados, sino sobre todo las ganas de ponerlos en práctica. María Blanco Brotons es periodista, especializada en temas infantiles que además de haber colaborado con la revista Ser Padres, Naif Magazine, Madrid Diferente con Niños o el blog de Kideeo, llevó durante casi seis años ¡glück! un mágico espacio infantil en el centro de Madrid. #nostalgia #inglés #añosochenta #aprenderjugando